Él ahora duerme. Todo está en silencio. Es la calma tras la tempestad, es la calma que tantas veces he sentido y que tantas veces volveré a sentir. La oscuridad de la noche es mi cobijo mientras de mis hinchados ojos brotan las lágrimas del dolor. La angustia me ahoga una vez más, pero no me atrevo a salir de aquí, no me atrevo a luchar. Tengo tanto miedo…
Quisiera
no ser tan cobarde. Quisiera poder enfrentarme a esta situación y acabar de una
vez por todas con mi sufrimiento. Pero soy incapaz. Él siempre lo dice, soy una
inútil.
Anoche
ocurrió otra vez. Tuve un despiste, y se me olvidó echarle sal a la cena. Ese
insignificante hecho fue suficiente para despertar de nuevo a la bestia que
habita dentro de él, a esa bestia a la que tanto temo y que tanto daño me hace.
Descargó una vez más su ira y su furia sobre mi piel, haciendo sangrar mis
heridas, quebrando una vez más mi corazón en mil pedazos, desgarrando cada
trocito de mi alma, como lo hacen los colmillos de los depredadores con las
carnes de sus presas.
Tras
soportar su castigo, me quedé tendida en el suelo de la cocina, sollozando para
mis adentros, deseando morir, deseando que todo acabara y que mi cuerpo dejara
de recibir sus golpes. Después, le oí acostarse en la cama, aquella que un día
fue nuestro lecho de amor, aquella en la que un día deseé no separarme jamás de
él. Y sin embargo, ahora… Ahora sólo desearía verle muerto. Sólo desearía apagar
mi rabia y mi dolor derramando toda su sangre.
Pero en
el fondo sé que nunca le haría daño, a pesar de todo. Yo no soy como él, ni
nunca lo seré.
Mírame.
Tengo toda la cara magullada, y creo que sangro de la sien. Mi cuerpo me duele
tanto que apenas puedo moverlo. Creo que tengo alguna costilla rota, y el brazo
izquierdo también. Esta vez ha sido más fuerte que la anterior, y no dudo que
la siguiente será peor aún, hasta que un día acabe conmigo para siempre.
Y
mientras yo me retuerzo de dolor, medio inconsciente, herida, y hundida en la
más ruin de las miserias, él duerme. Descansa plácidamente, como si nada hubiera
ocurrido, como hace siempre que destroza mi cuerpo y mi moral, sumiéndome en el
más oscuro de los mares.
Una vez le amé, hace muchos años, cuando todo
era distinto, el cuento de hadas con el que soñé desde pequeña, el sueño que
nunca pensé que alcanzaría, pero que ahora se ha transformado en una horrible
pesadilla de la que nunca, nunca despertaré. Sí, una vez le amé, pero con el
paso de mis amargos y largos años, ese amor se ha ido desgarrando, menguando,
congelando hasta el punto de odiar, odiar con todo mi ser, odiar como nunca
pensé que llegaría a hacerlo.
Nunca
hubiera pensado que mi vida acabaría así, marchitándose como una flor arrancada
de un bello jardín, arrojada al polvoriento y sucio suelo, y pisoteada después,
hasta acabar perdiendo todos sus pétalos. Nunca hubiera imaginado que él me
trataría así, que truncaría todos mis sueños y mis ilusiones al punto de
despojarme de todo lo que un día tuve.
Y es
que al principio, todo era distinto. Los tres primeros meses de matrimonio me
traía el desayuno a la cama, me hacía regalos y me decía cosas bellas al oído.
Luego todo cambió, de repente. Un día, sin querer, se me cayó un plato al suelo
mientras lo fregaba y se rompió en mil pedazos.
Él me
gritó, me golpeó y después se fue de casa enfadado. Al día siguiente regresó y
me pidió perdón. Me dijo que había perdido la cabeza, que no iba a volver a
suceder, que lo olvidara. Yo, que le amaba con todo mi ser, le perdoné. Pero
volvió a pasar, una y otra y otra vez, y ahora mi cuerpo está débil y cansado de
soportar sus insultos, sus amenazas y sus golpes.
Ya no
me queda ningún apoyo. Mi madre murió hace dos años de cáncer de páncreas, y a
mi padre ni siquiera le conocí. No tengo amigos, pues los perdí cuando me casé
con él, ya que nunca me permitió salir con otras personas.
Y ahora
estoy sola, consumiendo mis últimos años de vida en una llama que poco a poco
se extingue y que no volverá jamás a brillar. Sola, triste y sola, con todo el
amor que un día sentí roto, con toda mi esperanza aplastada. Y así seguiré,
hasta que un día mi cuerpo ya no aguante, y mi alma se libere de todo este
dolor, desapareciendo a través del umbral que separa la vida de la muerte,
adentrándose en territorios desconocidos de los que no podrá retornar jamás.
Le oigo
toser. Acaba de despertar. Ahora vendrá a la cocina a por un vaso de agua y me
verá aquí tendida, en el suelo. ¿Me pedirá perdón una vez más? Si es así, yo
tendré que perdonarle, porque si no lo hago, volverá a golpearme. O quizás ni
siquiera me pida perdón esta vez. Tal vez prefiera rematar lo que empezó antes
y acabar de una vez conmigo. En ese caso, seré al fin libre.
Aunque…
Hay tantas cosas que hubiera deseado hacer… Me hubiera gustado subir a un
avión, y viajar, y llegar a lugares desconocidos y exóticos, y conocer las
costumbres de otras culturas. Hubiera disfrutado viendo la cálida y ardiente
esfera esconderse tras la fina línea del horizonte en una playa tranquila de
arenas blancas y aguas cristalinas. Pero ahora es tarde. Ahora todo acabará. Es
la vida que me ha tocado vivir, y ya no puedo cambiarla.
¿O sí?
Una llamada, tan sólo una llamada a la policía, y conseguiré que al menos esta
noche mi vida no se apague. Una llamada, y tal vez pueda salir de este infierno
y viajar lejos, muy lejos, donde él no me encuentre.
Aún
queda tiempo para llegar hasta el teléfono. Arrastrándome por la cocina, lo
encuentro, lo descuelgo y marco el número.
“Policía,
¿En que podemos ayudarle?”
“Pues,
verá…”
Nota al lector:
Son muchas las mujeres que se encuentran en
esta situación, aguantando los malos tratos de sus parejas. Pero de nada sirve
callar y aguantar. Tan sólo queda luchar y tratar de escapar, buscar apoyo en
los amigos, en la familia, y en la ley. Aunque ésta aún tendría que mejorar en
muchos aspectos para ser siempre efectiva, pues cada vez son más las mujeres
que, aún habiendo denunciado a sus agresores varias veces, acaban siendo
asesinadas por ellos.
Begga
Begga