Ella era ciega, y sin embargo veía la gran herida que
atravesaba el mundo como un gran agujero negro que absorbía todo cuanto se
hallaba a su alcance. Veía la destrucción y el horror cuando con sus finas
manos palpaba las dañadas cortezas de los árboles. Leía en los corazones
humanos el débil bombeo de una sangre contaminada por el odio, la codicia, el
sufrimiento y los deseos silenciosos de ser escuchados. Hablaba con los truenos
de las tormentas y descubría en sus roncas voces la herida causada por los
irresponsables actos humanos. Pedía a la lluvia que purificara la maldad del
mundo, pero ella no podía hacer brotar del asfalto las finas hebras de hierba.
En las noches de luna llena, entendía en los aullidos
de los lobos voces angustiadas que pedían poder vivir en sus bosques, que
rogaban por alimentar a sus crías, por quedar libres de la condena de las
personas.
¿Y nosotros, videntes, aún creemos que ella era la
ciega? ¿Aún nos atrevemos a llamarnos videntes?
Ella, que conocía tan bien el daño del mundo, era la
única que veía con los ojos de la verdad.
Navidad 2004 – 2005
Mirar no es lo mismo que ver. Oír no es lo mismo que
escuchar. Prometer no es lo mismo que demostrar. El alma lo sabe, pues es la
única que puede ver, escuchar y demostrar.
Begga
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